Como fotógrafo siempre he tratado de dar el máximo protagonismo a los ojos en cualquier composición. En la fotografía taurina ese protagonismo siempre he tratado de llevarlo al limite en lo posible que las miradas de los protagonistas me lo han permitido.
Las miradas que se dan en lo momentos previos al inicio del paseíllo en cualquier patio de caballos y en especial en el túnel oscuro de Las Ventas, llevan esa expresividad en los ojos de los toreros al limite.
No es fácil plasmar esos
instantes buscando lo diferente entre un enjambre de cámaras y fotógrafos que
tratan de llevarse la fotografía distinta.
No es fácil permanecer tras la
línea que separa lo fotográfico de lo intimo y tratar de no entrometerse en la
intimidad de esos momentos previos.
En lo personal siempre lo he
comparado con los instantes anteriores al estallido del cohete en Pamplona,
momentos difíciles para el que va a exponer su vida a cambio de su pasión, con
el corazón a mil, el miedo saliendo por los poros y los nervios tratando de
hacerse presentes para llevarte a la huida.
Sinceramente creo que si en esos
instantes alguien se me colocase a uno o dos metro con una cámara para tratar
de capturar mi miedo, concentración o simplemente aspecto, no sabría realmente
como lo gestionaría, probablemente le pidiese que se marchase y me dejase en
paz.
En los patios de caballos se dan diferentes perfiles de profesionales: quienes cruzan la mirada y coquetean con la cámara, quienes rehusan al intruso y se esconden tras una puerta o en una sala, quienes esquivan la mirada, quienes la aguantan, quienes tratan de hacerte saber que les molestas, quienes te hacen sentir cómodo y te dedican su mejor mirada… en fin, mil miradas y mil momentos pero todos con sus matices, desde el que empieza hasta el que esta en la cima del toreo tienen un misterio en su mirada y el reto es descubrirlo.